Hay cosas que me gustan. El chocolate, el queso con tomate, la cerveza y follar. El atardecer y la nostalgia, mentirme a mi misma un poco y desengañarme, contarme verdades, descubrir cosas que ya sabía, abrazar y reir, y hacer dramas. Llorar, y el café con galletas. Viajar y retornar. Descubir y empolvar. Y las mañanas de domingo, y las tardes en casa. Hay cosas que no me gustan: el picante, los gusanos, tener alergia a los gatos y el papel higiénico rosa. Y discutir por discutir, y no llevar razón. Y la arrogancia y el orgullo. El gotelé y el anís, el whisky y las películas de miedo psicológico o sangre gratis. O no acabar los libros que empiezo.
Hay cosas que no sé si me gustan o no, que me confunden. Que creo que las odio pero las hago, que me digo que me encantan pero me hacen vomitar. Como sufrir o amar. Como fumar. O emborracharme. O la fruta, que a veces no puedo vivir sin ella, y me deleito como con el más grande de los placeres y en cambio a veces no puedo ni verla, me da pereza pelarla, se me pudre en la nevera. Hay cosas que empiezan a ser ambiguas. Como comprar el periódico y llevarlo bajo el brazo sin leerlo.
Las prioridades vuelven a cambiarse, como si viviera en una sartén y fuera puro y fresco sentimiento salteado a fuego vivo. Que se quema o se cae fuera. Que está todo el día saltando. O como un cubo de rubik que alguien -de los que no saben hacerlos, de esas personas que nunca consiguieron de pequeños aprender a hacer uno y luego le cambiaron las pegatinas- lo estuviera haciendo. Pero haciendolo jodidamente mal. Y ahora amarillo aquí, y verde allá. Mi color preferido es ayer el azul y hoy el rojo. Soy irresistible y egocéntrica hoy y mañana no puedo enfrentarme a mirar ni al mango de la ducha que refleja un ápice de lo que ni soy. No.
Y siempre que pasan estas cosas, se necesita mucho tiempo. Un montón. Y aunque acabes de salir de un hoyo parecido, de repente aqui estamos, volviendo a pegarle patadas fuertes a la misma piedra como una muñeca de vidioconsola con la pila medio gastada y el botón del mando de saltar bloqueado. ñec, ñec, ñec.
Tiempo, si. Para volverse a reconstruir, para pensar, para descubir de nuevo qué me gusta y qué no, para probar todo, para probarme a mí misma, y superarme o abatirme cada día, destrozarme y recogerme en pedazos cada noche para intentar ser el puzzle correcto por la mañana. Pero una pieza no encaja, y vuelta a empezar.
El caso es que cada vez estoy más cerca, y cuanto más cerca estás más duele. Estás más feliz y al mismo tiempo se llora con más intensidad. No tiene sentido nada.
Al fin y al cabo, una llega el día en que empieza a volver a empezar a empezar.
Con un libro mal escrito y bien tragado sobre guerra , historia política y arte. Con una frase, con un zumo de naranja. Con un beso en el ascensor, por coger un cepillo de dientes y un ¡ay!,¿que haría yo sin tí?. Por un donut, por uno o dos excesos en los incesos. Y todas esas cosas.
El caso es, que vuelvo a explicarme a mí misma, a las palabras, y a este mundo donde no cabe nadie más que yo , yo y las otras yos, y no cabe ni él, ni tú, ni ellos, ni esa yo, ni aquel él.
Bienvenida al mundo, le dijo al alma, bienvenida a los buenos días, bienvenida al comienzo de tú, al final de las noches perdidas, a la realidad, tan dura y grande como una patata gigante que tengo que cargar nueve pisos hacia el cielo.
Vuelvo a recargar tinta y teclear fuerte. Esta vez de verdad.
Perdonen mi ausencia, ausentes lectores.
Me lavo la cara, los dientes, las manos: y a volver a empezar a empezar.
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