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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tripas en la carretera

No me gusta cuando voy conduciendo por la carretera, intentando aguantar en el punto muerto de la desidia, en el que mi cuerpo quiere descargar toda la rabia sobre mi pie, y éste a su vez se intenta contener de pisarle más, porque voy al límite entre 140 km por hora casi rozando los prohibidos 160 km por hora, y de repente veo un animal que ha sido atropellado. Todo lo anterior era solamente para contextualizar lo rápido que pasa este instante. Y lo inerte de mi cuerpo que cuando conduce se relaja. Pero en ese momento toda mi vida da un vuelco, y mi empatía es tal que parece que sean mis tripas las que están ahí desparramadas. Mis piernas tiemblan, aunque me cueste confesarlo, el acelerador deja de ser punto firme. El coche se reduce por inercia a casi 80 por hora, y me quedo un rato en trance, retirada a la derecha, detrás del Golf negro que no tiene nada en que pensar y respeta el límite de velocidad. La imagen horrible se repite en mi retina, sangre y sangre. Entrañas, sesos, carne, en la carretera. Una lágrima aparece tímida bajo mis gafas de sol. Cambio de canción, y le vuelvo a pisar fuerte.


Pensando con la barriga II

jueves, 8 de abril de 2010

La Libreta Roja -a tinta cruda

Hay cosas que me gustan. El chocolate, el queso con tomate, la cerveza y follar. El atardecer y la nostalgia, mentirme a mi misma un poco y desengañarme, contarme verdades, descubrir cosas que ya sabía, abrazar y reir, y hacer dramas. Llorar, y el café con galletas. Viajar y retornar. Descubir y empolvar. Y las mañanas de domingo, y las tardes en casa. Hay cosas que no me gustan: el picante, los gusanos, tener alergia a los gatos y el papel higiénico rosa. Y discutir por discutir, y no llevar razón. Y la arrogancia y el orgullo. El gotelé y el anís, el whisky y las películas de miedo psicológico o sangre gratis. O no acabar los libros que empiezo.
Hay cosas que no sé si me gustan o no, que me confunden. Que creo que las odio pero las hago, que me digo que me encantan pero me hacen vomitar. Como sufrir o amar. Como fumar. O emborracharme. O la fruta, que a veces no puedo vivir sin ella, y me deleito como con el más grande de los placeres y en cambio a veces no puedo ni verla, me da pereza pelarla, se me pudre en la nevera. Hay cosas que empiezan a ser ambiguas. Como comprar el periódico y llevarlo bajo el brazo sin leerlo.
Las prioridades vuelven a cambiarse, como si viviera en una sartén y fuera puro y fresco sentimiento salteado a fuego vivo. Que se quema o se cae fuera. Que está todo el día saltando. O como un cubo de rubik que alguien -de los que no saben hacerlos, de esas personas que nunca consiguieron de pequeños aprender a hacer uno y luego le cambiaron las pegatinas- lo estuviera haciendo. Pero haciendolo jodidamente mal. Y ahora amarillo aquí, y verde allá. Mi color preferido es ayer el azul y hoy el rojo. Soy irresistible y egocéntrica hoy y mañana no puedo enfrentarme a mirar ni al mango de la ducha que refleja un ápice de lo que ni soy. No.
Y siempre que pasan estas cosas, se necesita mucho tiempo. Un montón. Y aunque acabes de salir de un hoyo parecido, de repente aqui estamos, volviendo a pegarle patadas fuertes a la misma piedra como una muñeca de vidioconsola con la pila medio gastada y el botón del mando de saltar bloqueado. ñec, ñec, ñec.
Tiempo, si. Para volverse a reconstruir, para pensar, para descubir de nuevo qué me gusta y qué no, para probar todo, para probarme a mí misma, y superarme o abatirme cada día, destrozarme y recogerme en pedazos cada noche para intentar ser el puzzle correcto por la mañana. Pero una pieza no encaja, y vuelta a empezar.
El caso es que cada vez estoy más cerca, y cuanto más cerca estás más duele. Estás más feliz y al mismo tiempo se llora con más intensidad. No tiene sentido nada.
Al fin y al cabo, una llega el día en que empieza a volver a empezar a empezar.
Con un libro mal escrito y bien tragado sobre guerra , historia política y arte. Con una frase, con un zumo de naranja. Con un beso en el ascensor, por coger un cepillo de dientes y un ¡ay!,¿que haría yo sin tí?. Por un donut, por uno o dos excesos en los incesos. Y todas esas cosas.
El caso es, que vuelvo a explicarme a mí misma, a las palabras, y a este mundo donde no cabe nadie más que yo , yo y las otras yos, y no cabe ni él, ni tú, ni ellos, ni esa yo, ni aquel él.
Bienvenida al mundo, le dijo al alma, bienvenida a los buenos días, bienvenida al comienzo de tú, al final de las noches perdidas, a la realidad, tan dura y grande como una patata gigante que tengo que cargar nueve pisos hacia el cielo.




Vuelvo a recargar tinta y teclear fuerte. Esta vez de verdad.
Perdonen mi ausencia, ausentes lectores.
Me lavo la cara, los dientes, las manos: y a volver a empezar a empezar.

Los que decidieron pararse un ratito indefinido