Me horroriza, me da mucha tristeza -que no pena- e incluso vergüenza ajena, que hagas como si no pasara nada.
Aún estoy esperando oír alguna excusa estúpida que me moleste pero me tranquilice, que muestre un signo de no-indiferencia, llegar a una discusión, a un abrazo o a un ajuste de cuentas, a una pelea dolorosa o a lo que sea, puesto que la solución que has tomado y sigue su curso es la que menos me gusta: impasibilidad, que es sinónimo de desprecio en la Real Academia. Resignación y volver la vista a otro lado. Esa opción es fría como la nada. Como el cristal, que deja ver lo que pasa a través de él pero no te deja tocar lo que está pasando, y mi rostro se queda pegado -con una mueca- a la lámina de una ventana imaginaria, observando cómo actúas. Esta nada es de un dolor inimaginable, porque no puedes asimilarla. Yo no puedo. ¿cómo puedes tú?
Y aún así, siempre queda la esperanza, alguien dijo. Todavía me queda la ilusión, tan estúpida que me ridiculiza ante mi misma, cada día, de encontrarme de tus ojos un simple ¿cómo estás? En vez de una ristra de palabras normales, risas e historias que en realidad, en estas condiciones, no me importan.
Pero supongo que no debo intervenir en el curso de tus decisiones. Ya sea por orgullo, terrible cobardía, respeto a ti, miedo, tristeza o ese frío veneno que es el cristal de la nada.
Pronto la esperanza del "como estás" pasara a la amargura de "que te vaya bien".
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