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martes, 18 de agosto de 2009

El niño que no quería gastar sus ojos

- Abuela, ¿Por qué tienes gafas?
- Porque no veo tan bien como tú, cielo.
- Y ,¿por qué tú no ves y yo si?
- Porque tengo los ojos muy gastados, he visto mucho ya. Los ojos se apagan con el tiempo. Como la vida, hijo.

Desde entonces Manuelito, cerraba los ojos siempre que podía. Normalmente intentaba ahorrar 16 horas de ojos al día, las 10 que dormía, y otras que iba sacando a ratos. Cuando pasaba por sitios que ya conocía, por ejemplo, cerraba mucho los ojos para que no se le gastaran. De todas maneras, no necesitaba ver por allí por donde ya conocía el camino. En su habitación, había quitado casi todas las bombillas, para que le diese menos luz, y acostumbrarse a no ver. Todas menos la del flexo, que mamá le había obligado a dejar. Así hacía los deberes muy rápido bajo el flexo, y se había convertido en un experto de la marathon de hacer deberes del colegio rapidísimo. Aunque si he de ser sincero, Manuelito entrenaba todos los días para aprender a escribir con los ojos cerrados, ya sabía hacer muchas cosas con los ojos cerrados. Aunque lo de leer con los ojos cerrados le era más difícil, no había encontrado una solución posible, sólo los ciegos con su alfabeto con relieve tenían ese privilegio hasta ahora. Cuando iban de viaje intentaba abrir los ojos sólo cuando había un monumento importante, para no ver demasiado, ni más de la cuenta. En clase escuchaba a la señorita con los ojos cerrados, y no le importaba que todos se rieran de él cuando le regañaban, porque de viejos todos tendrían los ojos muy muy gastados y él podría seguir viendo muchas cosas muchos años más. Así que Manuel se reía de los otros niños también. Chantajeaba a su hermana Leticia la pequeña, para que le condujera de la mano cuando iban por la calle, a cambio le recogía los juguetes 4 días a la semana y le conseguía nuevos cromos y nuevos lápices de colores, ¡qué manía tenía Leti con los colores! siempre coloreando todo. Se iba a gastar muy pronto los ojos, se acercaba mucho al papel y no dejaba nunca de mirar ,siempre con los ojos muy muy abiertos, el mundo; y siempre decía "toro ez maravillozo mamué". Y siempre le avisaba que abriese los ojos cuando había cosas no importantes. Así que Manuel también estaba intentando prescindir de ella, o no hacerle caso. Empezó a darse cuenta que la vista no era tan necesaria... Empezó a oler más que ningún otro niño, a escuchar más, y a pensar más. Se dio cuenta que a través del olor había empezado a descubrir y diferenciar muchas cosas, como tipos de flores diferentes, o cuando una persona sonreía o lloraba.

Un día su abuela le dijo:
- Manuel, ¿por qué vas siempre con los ojos cerrados por el mundo? ¡Te vas a perder muchas cosas!
- Porque no quiero que se me gasten como a tí, abuelita. El mundo se puede sentir de muchas formas, quiero ahorrar vista para cosas importantes, no tenemos que mirar siempre todo, ¡no sé qué manía tienen todas las personas con eso!

domingo, 12 de julio de 2009

Gotelé

El otro día, mirando la pared aburrida en la cama y sin querer levantarme, descubrí una cosa. Me acerqué más, y más, y ahí estaba: una mujer preciosa con nariz de gato. Me pregunté, si el hombre del gotelé se habría dedicado a hacer esa preciosa cara a propósito, porque era un artista frustrado, o era una casualidad de la disposición del gotelé. No podía ser. Cuando me puse a observar más, vi también a una vieja enfadada y un perro caniche. Pero cuando quise volver a conteplar la preciosa mujer-gato ya no estaba! La busque minuciosamente por todos los trocitos de pared con formas gotelé, pero nada. Encontré un hombre mayor fumando, una jirafa, una anciana con gafas, y un gato, y un jovencito arrogante, un grupo de mujeres que reían y justo abajo un grupo de rostros de hombres que reían. Una de las mujeres miraba abajo.. Encontre tantas cosas! Pero la preciosa mujer gato fue imposible de volver a encontrar, camuflada entre los minúsculos pedacitos de gotelé...
El hombre del gotelé tuvo que tardar años en construir esta obra de arte, que nadie aún ha reconocido...

martes, 11 de noviembre de 2008

El asesinato azul

Iba caminando rápido con mis botas rojas salpicadas de barro, marrón por cierto. Sonaba de fondo un jazz dormido de Calloway en una o dos lluvias de Baltimore. Chapoteaba en los pensamientos salpicando algo de desentendimiento, y esquivaba charcos mirando al suelo. Y de repente ahí estaba: la gota azul brillante ahogada en el charco, junto a las hojas otoñales amarillas y ocres, junto a las piedras sucias, junto a un papel desecho y un insecto nadando. Yo segui caminando, pero más alante hubo otra gota, y otra y otra más. Comencé a seguirlas con la mirada; iban más rápido que yo, deslizándose entre la tierra húmeda y el olor a lluvia, entre las hormigas y las ramas. Azúl brillaba aquellas lágrimas de tanta pena que no podían ser transparentes. Aqellas gotas de sangre real que alguien había ido derramando y nadie, había percatadose de su rastro. Sí, solo había dos posibilidades, pero me gustaba más pensar en la rana con sangre real. A cada paso encontraba nuevas, pequeñitas y grandes, a veces con formas, a veces más redondas, a veces charquitos muy pequeñitos. Quizás el ser real de sangre azul paraba mirarse la herida en aquellos puntos. O la pena había apretado más fuerte. La tierra había guardado cada uno de esas gotas brillantes, no se había tragado ni un mililitro, ni un matiz de brillo, ni había siquiera molestado se en absorber algo de cualidad de sangre real. Estaba impecable. Miré para atrás y para los lados. Otros estudiantes seguían el mismo camino que yo, vereda de árboles y musgo, tierra y barro, atajo de prisas. ¿Pero nadie se había percatado? Nadie miraba al suelo y yo no podía dejar de preguntarme por qué nadie reparaba en algo tan trascendental. Cab tampoco lo entendía, y me susurraba un Hi De Ho Man para ambientar mi momento. A cada nueva gota mi personaje real tenía un nuevo rostro, una nueva historia. Cuando el atajo finalizó me quedé parada buscando la siguiente gota, pero aparentemente no la había. Tuve que buscar mucho mucho, era realmente dificil entre la inmensidad de baldosas, hojas, tierras, hormigas, ramas, árboles, casas, charcos, lluvias y zapatos y pasos encontrar otra de esas gotas de sangre azul brillante real. Pero por fín la encontré, y luego la siguiente y la siguiente...
Que no, que no os vayais a pensar, no había ningún edificio azul metálico brillante.
En la esquina donde el sol había decidido alargar el brazo entre las nubes grises y enfadadas se habían sentado el enano, que bebía un batido de pitufo; la rana, que aparecía con su tirita en el hombro izquierdo y la florecilla, aquel pensamiento azul, que lloraba de pena... todas contemplaban apacibles el asesinato.

sábado, 8 de noviembre de 2008

El País de las Cartas Perdidas

Hay un lugar donde todas las cartas extraviadas conviven felices y libres. Entre todo el polvo del tiempo est'an ellas tumbadas. Hay cientos. ¿cientos? No; miles. Se llaman varios nombres, el de alante y el de atrás normalmente. Cada una elige su favorito, aunque conozco a una que se llama Elisa García Rodero Para Matías Rey Gonzalez Calle del Olvido. Aunque muchos abrevian y le llaman La gran nombre del Olvido, porque siempre se olvidan de todo lo demás. En ese lugar las cartas se abren y se cuentan su contenido, porque tampoco saben hablar de nada más. Los sacos donde duermen titilan de viejos. Hay cartas de amor que aúnhuelen a perfume y lloran porque por su culpa hay n corazón roto esperando eternamente las palabras de sus hojas extraviadas en ninguna parte. Algunas todavía guardan -en lo más profundo de sí- la esperanza de llegar a las manos de su destinatario; en realidad casi todas, para eso nacieron. Hay algunas que son tan importantes que el mundo ya n oes igual porque ella se perdió. Otras contienen CDs importantes u objetos que familiares envían a sus hijos que estudian o habitan lejos, reales paquetes de supervivencia con notas de amor paterno, paquetes que las cartas se repartieron a partes iguales, aunque no saben qué hacer con ellos porque lo único que saben hacer es hablar y hablar. Yo conozco a personas que aunque pasan años aún abren el buzón esperando esa carta que está perdida. Pero, ¿donde están? Entre el polvo y el olvido... esperando el holocausto. Hablando y leyendo. Hay muchas muy cultas, con gran vocabulario. A esas les gusta hablar con cartas de otros idiomas. También están las de bancos y facturas, que normalmente se pasan el día discutiendo sobre números y cual es la dirección correcta de la sucursal que nunca conocieron, o la mala noticia deores los may números primos elevados que nunca mató de susto a nadie. Hay cartas que aún permanecen cerradas porque su religión les prohibe ser abiertas por alguien que no sea su dueño. Hay grupos de investigación organizacos que aún trabajan en averiguar cual fue el carácter fallido que las llevó a esa ninguna parte... pero ellas no saben que aunque la ilusión principal e inicial de sus vidas está rota, al menos no están en una mente que nunca llega a coger el boli o en una caja olvidadas por los dueños, muertas de pena. Ya se recibieron. ¿Y? A veces las ilusiones es mejor que no se cumplan.. en el país de las cartas aún se sueña. Aún hay poemas de amor de esos que ya no se escriben...

Los que decidieron pararse un ratito indefinido