lunes, 20 de septiembre de 2010

Compartir con pieles y almas

Un día una ventana se abrió. Lo cierto es que soy un poco imprecisa. Hay muchos tipos de ventanas: ventanas de casas, de barcos, de fábricas, de tiendas, ventanas de coches. Ventanas de ordenadores, ventanas de chat. Ventanas de oficinas, ventanas de cristal, ventanas rotas, ventanas con cortinas, ventanas abiertas, ventanas cerradas. Ventanas con macetas. Ventanas de metáfora, ventanas de verdad. Pero las ventanas , generalmente todas, cierran algo, y también abren ese algo a otro algo. Hacen circular brisas, aires, o palabras. Depende.
Desde esa ventana, que hoy estaba abierta, él me ha dicho:
"Quiero hacerte un regalo. No te conozco mucho, pero tengo el alma grande y quiero compartir. ¿Quieres"
Señores, ¿quien es tan estúpido a responder que no quiere un regalo que viene de un alma?
Mi corazón empezó a dar saltitos. Emoción y curiosidad. Que aumentaron y se transformaron sublimes. Esas "ganas de compartir" hicieron que una persona templase su alma descontrolada amplia. Y que otra alma saciase su sed de llenarse, porque estaba vaciándose. Esas "ganas de compartir" hicieron que dos extraños, tocasen en un instante la misma fibra del mundo, donde algo o alguien se estremece.
El regalo era un texto. Cada palabra, cada sentimiento de ese texto, rozó mi sensibilidad y recorrió mi cuerpo, y no podía quedarse ahí, salía por mis dedos y aquí lo escribo también: quiero seguir compartiéndolo yo, porque lo han querido compartir conmigo como un regalo, y a esa persona se lo regaló otra persona que quiso compartir.
Y que nunca jamás se paren las almas que tienen ganas de compartir, ni se sacien las almas que quieren sentir. Para que el mundo tenga sentido.

Ahí va:




"No está escrito en ningún sitio que la piel quiera ser envenenada, ni que prefiera la tinta, a la limpieza original. No está escrito que la voluntad tenga derecho a imponerse sobre la naturaleza. Ni que las mujeres quieran vivir grabadas en los brazos de unos hombres, que tal vez, algún día, no serán suyos. Nadie sabe si es del todo lícito imponerse una condena, una marca, un estigma. No está escrito que sea justo que el dolor se premie, ni que la moda o el adorno o el capricho tengan por qué mezclarse con el alma. No hay razón para atarse a un símbolo cuya trascendencia puede ser transitoria y su presencia permanente. Nadie nos obliga, ni puede obligarnos, a decir para siempre.

Y sin embargo más de una vez lo decimos. Y más de una vez nos manchamos la piel, con la tinta de una idea, de un presagio, de una certeza, que después se olvida, de un amor que después se pierde, o se arruina, de una emoción que creímos duradera, pero que al final, por más que nos neguemos a verlo, estaba de paso. Se van quedando los días, que ya fueron, en la piel, y al mirar atrás, son las marcas las que nos recuerdan aquello que fuimos.

Tal vez en algún momento soñemos con escapar de esta condena, porque al querer ser otros, nos condenamos irremediablemente a ser lo que ahora somos. Y pesa. ¿Pero acaso no pesan también los besos, las palabras que dijimos, el daño que hicimos y el que nos hicieron, acaso no pesa también la historia invisible que arrastramos?

No sólo existe lo que puede verse, existe también lo que se intuye, lo que se promete, lo que se da, existe lo robado y lo que no conseguimos robar.

La vida se amontona en los márgenes de la piel señalada y la piel señalada, se va convirtiendo en una nota al pie de la página de nuestra historia.

¿Qué dicen los versos de amor cuando el amor se ha ido, a quién le hablan, qué explican exactamente? ¿De qué o de quién hablan las canciones del pasado? ¿Qué fue de la furia, del rencor, del entusiasmo, del champán y su resaca? ¿En qué momento nos dimos cuenta, de que nada de lo nuestro, era nuestro para siempre?

La piel recuerda. Y en la temporada de las lluvias, no se borran nunca todos los caminos de vuelta a casa. La piel recuerda un tiempo anterior a la tinta, antes de ser señalada, y recuerda, un tiempo de soledad, antes de ser amada, aunque a menudo no recuerde con precisión el motivo de todo lo sucedido.

Las señales que dejamos nos permiten reconstruir las cosas que rompimos. Se avanza a tientas por el pasado, y aunque no todas las piezas encajan, y algunas ni aparecen, poco a poco, se reconoce un olor, un momento, una noche, o el color de sus ojos. Las señales que dejamos en la piel, nos traen algunas de las cosas que tuvimos, que fueron nuestras, cuando el tiempo no existía, y la memoria no era necesaria.

Porque puede ser que nada se recuerde, pero también puede ser que el amor se empeñe en pelear contra el olvido, como un boxeador sonado y persistente. Puede ser que los días se sobrepongan al rigor de los días, que todo se sume y se amontone, que nada se pierda del todo. Y puede ser que la piel quiera recordar después de todo, los nombres de las mujeres amadas, y las causas de todas las batallas, ganadas, o perdidas, y que los pasos en la nieve no se vayan con la nive. No es imposible, que lo que pareció arrogancia o locura termine por da fé de lo que fuimos, y que nuestras manos se llenen, cuando ya no esperemos nada, de nuestros pasados y, tal vez, de otros futuros.

No puede descartarse que en algún momento, recuperemos el orgullo y el sabor de lo vivido. No puede descartarse que volvamos sobre nuestros pasos, que reencontremos el sentido a lo perdido, ni debería ser imposible, y seguramente lo sea, que llegado el día, volvamos a entender el código cifrado de nuestra piel, el mensaje en la botella que lanzamos hace mucho, mucho años.

Puede ser, incluso, que al final del camino, volvamos a hacer las paces con el tiempo y empecemos a entender, de nuevo, como niños que recuerdan donde escondieron sus tesoros, nuestros propios tatuajes.




RAY LORIGA.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Un Domingo muy Domingo





Cosas que hacer en un domingo muy domingo:
- No pensar en tener que levantarme
- Despertarme para volver a dormirme
- Abrir los ojos otra vez, por la luz del sol acariciando mi mejilla, decirle hola e intentar volver a dormir
-Levantarme por fin, muy tarde, cuando ya he remoloneado bastante
- Desayunar una gran taza de café, mojar galletas maría
- Tener conversaciones de desayuno con mi hermano, contarle orgullosa que estoy dispuesta a no hacer nada hoy
- Acariciar a Luck, el perro más precioso del mundo
- Volver a tumbarme en la cama y comenzar a ver una serie nueva
- Escribir cartas y correos muy bonitos
- Sonreir porque alguien dice que gracias a uno de esos correos bonitos va a componerme una canción
- Ordenar cosas en mi mente que estaban desordenadas porque hacía mucho tiempo que no era Domingo (con mayúscula)
- Hacer pequeñas cositas sin importancia
- Escuchar mis canciones favoritas una y otra vez, como esta, esta o esta, y sobretodo esta
- Mirar la montaña de cosas por hacer y dejarla ahí muerta de risa, y reirme yo también por eso
- Mirar mi ropa desordenada o sucia en gran montón en un rincón y hacer como que la ignoro, ni pensar en deshacer la maleta y mucho menos en ordenar algo material a mi alrededor
- Preparar la comida con mi hermano mientras vemos Titanic que está en la tele y hacía diez años por lo menos que no la veíamos
- Volver a la cama, quedarme vagueando, pintando, leyendo, soñando, diseñando, cosiendo
- Beberme un colacao con galletas maria
- Rescatar libros como The polaroid Book, Música de cañerías o Bruno Barbey
- Pensar muchos proyectos. Darles forma.
- Escribir, escribir.
- Hacer muchas más cosas de esas de domingo
- No hacer nada obligatorio el resto del día, fluir sin más pretensiones
- Ver como anochece, encender primero la lampara roja, luego una vela, luego el flexo, y coser un poco más, hasta que al menos uno de ellos tiene forma
- Volver a tirarme a la cama
- Escribir mensajes en alemán
- Ver alguna película de la lista de las películas que quiero ver y aun no he visto, con palomitas de maíz
- Cenar algo super simple, a poder ser, pre cocinado
- Leer dos páginas de dos libros al azar
- Dormir satisfecha y con una sonrisa, saboreando el dulce olor de libertad, como nube de algodón rosa, y pensando en diferentes idiomas, what a wonderful feeling, doing nothing important



miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tripas en la carretera

No me gusta cuando voy conduciendo por la carretera, intentando aguantar en el punto muerto de la desidia, en el que mi cuerpo quiere descargar toda la rabia sobre mi pie, y éste a su vez se intenta contener de pisarle más, porque voy al límite entre 140 km por hora casi rozando los prohibidos 160 km por hora, y de repente veo un animal que ha sido atropellado. Todo lo anterior era solamente para contextualizar lo rápido que pasa este instante. Y lo inerte de mi cuerpo que cuando conduce se relaja. Pero en ese momento toda mi vida da un vuelco, y mi empatía es tal que parece que sean mis tripas las que están ahí desparramadas. Mis piernas tiemblan, aunque me cueste confesarlo, el acelerador deja de ser punto firme. El coche se reduce por inercia a casi 80 por hora, y me quedo un rato en trance, retirada a la derecha, detrás del Golf negro que no tiene nada en que pensar y respeta el límite de velocidad. La imagen horrible se repite en mi retina, sangre y sangre. Entrañas, sesos, carne, en la carretera. Una lágrima aparece tímida bajo mis gafas de sol. Cambio de canción, y le vuelvo a pisar fuerte.


Pensando con la barriga II

Los que decidieron pararse un ratito indefinido