jueves, 13 de noviembre de 2008

Palabras Incomprendidas

Palabras incomprendidas.
¿De verdad quieres ser mi amante?- Quizás lo hizo mal. No le preguntó si quería ser su amante. No le preguntó qué quería ser. Puso en duda su ego. Puso en duda su entereza, ligeramente, quizás, sentimentalizada. Pensó que a veces la verdad es mejor suavizarla. Rectificó. - ¿Quieres ser mi amante?
¿Hay otra opción? – A veces la impulsividad es demasiado peligrosa. Ella puso cara de una respuesta temida, sí. Había la opción de no ser su amante. De no ser nada. – ¿Hay otra opción para estar contigo?
No lo sé… – Estaba a punto de añadir un “el tiempo dirá”. Pero por qué engañarse. Eso no es lo que ella pensaba. Para qué engañarle a él y atrapar sus sentimientos. Si acababa enamorándose de Franz ella sería la primera sorprendida, y para los dos sería una alegría que ahora tapa el miedo y la incertidumbre propia del conocerse. Para qué dar esperanzas que hagan que las propias ganas se desesperancen.- No.
Pues claro. – Pues claro que no había otra opción. Pero sonaba demasiado irónico. Pues claro; estaba claro. Él era esta vez el que sin querer había bajado la guardia y ella sucumbía a la traición de sí misma. ¿tenía que ser tan sincera, tan natural? ¿debía hablar las cosas que no se hablan, para así poder seguir soñando?- Pues claro que quiero ser tu amante.
Sus palabras eran incomprendidas, aunque sus besos fueran un torbellino de esencias alienadas en un mismo sentimiento estrictamente suyo y de sus bocas. Demasiado bueno.
Pero sus palabras eran incomprendidas. Y tan sólo un matiz distinto cambiaba el esquema de lo parecido.
¿qué era mejor? ¿hablar o dejar la imaginación? ¿naturalidad, sinceridad o verdades endulzadas que hacen más rosa la vida?
Desidia.
Ninguno de los dos tenía esperanza en nada. Y cuando nada tienes que perder, nada quieres ganar.
Pero él tropezó en sus propios principios. Lo que le causó una herida que se desangraba en venganza.
Encendió un porro y observó a Alma.
Tenía los ojos verdes y estaba desnuda. Sus cuadros estaban por todo el estudio, revelando parte de su interior. Pero demasiado oculto. Eran bellos por error, balbuceaban cosas sin querer. Porque Alma no quería pintarse. Quería todo lo contrario. Y conseguía así pintarse demasiado.
¿mejor no pretender nada?
Franz se tumbó, dejó lo que estaba fumando en el cenicero, sabiendo que Alma iría a cogerlo, y se durmió, antes de que ella pudiese echarlo para siempre.
Quiso irse entonces y decirle un duro hasta mañana que ella sabría que serían varios meses de castigo por las verdades que sacó a relucir. Por haberle echo darse cuenta de que estaba enamorado, sin querer, y sin saberlo.
Pero se quedó inmóvil.
Por la noche cogió valor y en vez de peinarle caricias se fue sigiloso.
Y al cuarto día le llamó Alma.
Ella hubiese querido decir “tienes la opción de intentar quitar mi coraza, de hacer que te ame”.
Pero no lo dijo. No podía hacer eso, ¡ella!.
Te portaste bien como amante la otra noche. Pero te dejaste tu ropa, y eso es una debilidad entre el arte de ser amante. ¿Vas a venir a por ellas o te has rajado en tu respuesta?
Y el supo que le gritaba perdón.
Por fin se entendían sus palabras incomprendidas.
Aunque él ya no fuera a por sus ropas nunca más.




Apagó doce cigarros y medio en su ego.Y fundó como amor un cenicero.Viejo y sincero.

1 comentario:

Ladrón de mandarinas dijo...

Tiene usteda un correo en la cuenta que lleva su nombre y apellidos por mail.

Los que decidieron pararse un ratito indefinido