martes, 11 de noviembre de 2008

El asesinato azul

Iba caminando rápido con mis botas rojas salpicadas de barro, marrón por cierto. Sonaba de fondo un jazz dormido de Calloway en una o dos lluvias de Baltimore. Chapoteaba en los pensamientos salpicando algo de desentendimiento, y esquivaba charcos mirando al suelo. Y de repente ahí estaba: la gota azul brillante ahogada en el charco, junto a las hojas otoñales amarillas y ocres, junto a las piedras sucias, junto a un papel desecho y un insecto nadando. Yo segui caminando, pero más alante hubo otra gota, y otra y otra más. Comencé a seguirlas con la mirada; iban más rápido que yo, deslizándose entre la tierra húmeda y el olor a lluvia, entre las hormigas y las ramas. Azúl brillaba aquellas lágrimas de tanta pena que no podían ser transparentes. Aqellas gotas de sangre real que alguien había ido derramando y nadie, había percatadose de su rastro. Sí, solo había dos posibilidades, pero me gustaba más pensar en la rana con sangre real. A cada paso encontraba nuevas, pequeñitas y grandes, a veces con formas, a veces más redondas, a veces charquitos muy pequeñitos. Quizás el ser real de sangre azul paraba mirarse la herida en aquellos puntos. O la pena había apretado más fuerte. La tierra había guardado cada uno de esas gotas brillantes, no se había tragado ni un mililitro, ni un matiz de brillo, ni había siquiera molestado se en absorber algo de cualidad de sangre real. Estaba impecable. Miré para atrás y para los lados. Otros estudiantes seguían el mismo camino que yo, vereda de árboles y musgo, tierra y barro, atajo de prisas. ¿Pero nadie se había percatado? Nadie miraba al suelo y yo no podía dejar de preguntarme por qué nadie reparaba en algo tan trascendental. Cab tampoco lo entendía, y me susurraba un Hi De Ho Man para ambientar mi momento. A cada nueva gota mi personaje real tenía un nuevo rostro, una nueva historia. Cuando el atajo finalizó me quedé parada buscando la siguiente gota, pero aparentemente no la había. Tuve que buscar mucho mucho, era realmente dificil entre la inmensidad de baldosas, hojas, tierras, hormigas, ramas, árboles, casas, charcos, lluvias y zapatos y pasos encontrar otra de esas gotas de sangre azul brillante real. Pero por fín la encontré, y luego la siguiente y la siguiente...
Que no, que no os vayais a pensar, no había ningún edificio azul metálico brillante.
En la esquina donde el sol había decidido alargar el brazo entre las nubes grises y enfadadas se habían sentado el enano, que bebía un batido de pitufo; la rana, que aparecía con su tirita en el hombro izquierdo y la florecilla, aquel pensamiento azul, que lloraba de pena... todas contemplaban apacibles el asesinato.

1 comentario:

Ladrón de mandarinas dijo...

A veces tengo la sensación de que tras mucha búsqueda y seguimiento de ese rastro de sangre real -de una rana, el principito o simplemente nuestro príncipe/princesa azul particular-, asesinamos algo al encontrarnos finalmente cara a cara el ser que deja tras de sí tal estela.

Formamos una, dos o infinidad de ideas en nuestra mente antes de encontrarnos con la rana antes de toparnos con ella: la idealizamos, de manera que al contemplar la realidad no podemos sino asesinar nuestra idea o vivir en el país de la piruleta.

Claro que hay veces, sólo de vez en cuando, en las que al encontrarnos con ella de frente no podemos considerarlo asesinato, pues nuestras espectativas platónicas se ven colmadas.

(Me han gustado mucho los detalles que describes en tu persecución: insectos, hojas, charcos, zapatos... Pequeños detalles,trascendentales o infantiles, que encuentra uno cuando va mirando al suelo -y es que no ir con la cabeza al frente, ya sea para mirar el suelo o el cielo, también tiene sus ventajas.)

Los que decidieron pararse un ratito indefinido