Pensar con la barriga.
Recuerdos como cajas de zapatos.
Si, tengo que borrar esos recuerdos para que no me aplasten entre las hebillas de mi pantalón y las suelas de los zapatos de las nubes.
Aquel día me diste un cesto lleno de ropa limpia, mía, que tenías tú colgada, de la última colada que hiciste para mí. Una caja de bombones que nos comimos a medias. Aún quedaban los últimos chocolates de menta, eran para mí. Amargo dulzor. También me devolviste mi taza favorita, la bandeja del desayuno. Libros míos. Y otra cosas. Aunque no me devolviste mi sartén, ni mi tetera, ni el álbum de fotos. Dejaste esa foto, en la que estoy desnuda, colgada en la pared. Me diste un abrazo de dos minutos. Y me dejaste con las tripas al aire, en un adiós eterno.
Ahora mi ropa huele a tí. A un suavizante que siempre utilizabas y que no suaviza nada las cosas ásperas. Tengo que llenar las noches de tragos y de otras personas. Afortunadamente, hay unas otras personas que hacen la vida brillar. Pero desafortunadamente, prefiero las noches sola, donde te echo de menos tanto.
Se me escapan sin querer los suspiros, los bostezos y los llantos.
Mientras me desangro, con las tripas al aire, pensando con la barriga, el estómago, las entrañas y el hambre.
Pensar con la barriga es bastante útil cuando el corazón está a punto de ser digerido en la concavidad del estómago donde aún quedan los cristales que me tragué sin querer aquella noche en un bar. El alcohol es un buen disolvente de cristales rotos y corazones rotos. Es la falta de amor la que llena los bares, dijo alguien. Es hora de ir al baño.
Y es que después de emborracharse es mejor ir al water.
A vomitar cristales y cosas irreales. Sentimientos envenenados.
Ahora me siento menos peor. Y muchísimo más casi bien.
¿Ves? Pensar con la barriga está fenomenal.
- Filosofía Barata de la Banalidad, de un lunes cualquiera-